AVATAR 2º PARTE


Experiencia singular casi inevitable. Desde la reserva de entradas - fuimos doce en grupo al I-MAX - por internet hasta las reflexiones posteriores que no terminan de cerrarse. AVATAR resulta, quizás, un "turning point" del espectáculo cinematográfico en varias de sus vertientes. El primer impacto, nunca mejor empleada la palabra, se da en la primera escena, esa especie de lugar de tránsito donde los containers metálicos descargan cuerpos humanos mientras los enfermeros voladores van liberando a los nuevos habitantes de un espacio desconocido. La sensación de profundidad, que luego se va a repetir en increíbles paisajes artísticos, produce una sensación de vértigo desconocida y perturbadora. De allí en más el asombro realiza viajes intermitentes entre lo inaudito y el acostumbramiento. Acaso el relato es una excusa para hipnotizar con deslumbrantes estímulos perceptivos? No parece. No caben sino loas para los gestores de tamaña empresa. Años, quizás menos de los que deberían haberse empleado para semejante logro, parecen el resultado de increíbles ingenieros de la imaginación y notables artistas y técnicos del diseño. La obra parece trascender al cine. No se trata de contar una historia ni traducir en imágenes y sonidos los contenidos de una idea desarrollada. Más bien parece intentar dar el salto para que, hacia adelante, el camino sea otro: el de lo impensable, aquéllo que podrá presentarse sin antecedente oficial. Y sin embargo...
Tantos postulados reflejan un nuevo estadio del desarrollo del simple hecho de ir a una sala
, sentarse, aguardar que las luces se desvanezcan y quien ocupa la butaca pueda suspender su devenir entregándose a la efímera ilusión de estar en otro lado, ser parte de otra historia. Pero para ello habrá que recurrir a las reglas que, desde la Antigüedad, rigen los desafíos del relato. En este caso el antecedente estál Trayecto del Héroe (Lajos Egri, The Art of Dramatic Writing & The Art of Creative Writing) que tanta influencia tuvo en los 70´s sobre los jóvenes que salían de las universidades californianas de cine. El Héroe, para llegar a su meta, habrá de realizar un viaje donde deberá enfrentar, y salvar, los peores peligros para lograr su proeza y poder ser confirmado como tal. En este caso la variante pasa por contraer la infinita realidad a sus extremos: el mundo real - marcado por un deseo de poder absoluto, intereses económicos de diabólica ambición, poder de fuego destructor absoluto - y el mundo ideal - el origen de las civilizaciones, la armónica sinapsis entre el hombre y la naturaleza, el tribalismo mágico y practicante de Dioses sobreprotectores-. En esa contienda nuestro espíritu vuelve hacia lo inmaculado, a lo que, de alguna medida, fuimos y perdimos. Al pensar en qué otras películas pudieron haber ocupado un lugar semejante para otras generaciones se me ocurrió recorrer el archivo de la memoria y el blanco se abrió en "2001, la odisea del espacio" ( 2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968). También en ese caso se habló de un antes y después del cine de ciencia ficción y, posiblemente, así haya sido. Sin embargo los basamentos reales de la historia incluían cuestiones más abstractas. ¿Existe vida de las máquinas? se preguntaba. ¿Hay un destino para el cosmos? ¿Seremos producto de algún inexplicable accidente de geométrica apariencia? Los interrogantes reflejaban otro momento civilizatorio, aquél que hacía de la ambigüedad uno de los fundamentos de la filosofía o que demandaba realizar un viaje sin perspectivas razonables. El héroe, Hall 9000, no era tal. Más bien se trataba de dilucidar lo imposible, la misteriosa infinitud del universo marcado por la pequeña talla del cuerpo humano. El resultado era inquietante, poco comprensible, vinculado a signos que no tenían, para el momento, un sentido único. Ni siquiera sentido.
Volviendo a Avatar hay que agradecer semejante despliegue de inteligencia digital. Es difícil pasar por momentos de tamaña magnitud de física virtual, sensaciones corporales y percepciones inéd
itas. Pero la obligatoria necesidad de identificarse con el Bien, de odiar al Mal, de aceptar, finalmente, que van de la mano, no llega a crear una emoción que produzca un interrogante que perturbe nuestro devenir. Es lo que me pasó al finalizar las tres horas de proyección.

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